El antisemitismo es el racismo rastrero disfrazado de antropología

14/Ago/2014

Iton Gadol, Lalo Slepoy

El antisemitismo es el racismo rastrero disfrazado de antropología

Lo repetiré hasta
quedarme sin voz, hasta que las palabras se pierdan en el vacío, hasta que me echen
de todos lados y ya no haya ningún lugar en el que acepten publicar mis
escritos. Lo repetiré aunque me persigan, aunque termine en el desierto y sólo
me escuchen las piedras y el mundo sea apenas viento y arena. Lo haré incluso
cuando llegue el tiempo en que mis parientes me tengan por loco. Cuando mis
amigos me esquiven por piedad y cuando mis enemigos se regocijen con mi
desgracia.
Igual que ahora, entonces
proclamaré que el actual antisemitismo es el peor de los venenos imaginables,
el que nos conducirá a todos a la ruina.
El antisemitismo es el
racismo rastrero disfrazado de antropología, es el totalitarismo con ínfulas
liberales, es el miedo más primario vuelto discurso y consigna. Tiene mil
disfraces, identidades falsas y nombres de fantasía. Para muchos suele ser
apenas una pose elegante, hasta que decide apurar el paso y se le cae el
disfraz y entonces sí asusta, pero cuando eso ocurre ya es demasiado tarde.
Aunque usar la kufyya ya
no esté de moda, en algunos ámbitos académicos y culturales, quizá por mera
frivolidad, al antisemitismo también se lo considera una prenda
“chic” y divertida de llevar en ciertas circunstancias. El estado de
Israel es uno de los blancos preferidos de sus dardos ponzoñosos, pero esas
saetas son reservadas sólo al cogollo posmoderno de la élite más ilustrada de
Occidente. Me refiero a esa gente viajada que dice con voz grave haber visto la
miseria y el horror con sus propios ojos, aunque tal vez (esto lo digo yo) no
durante demasiado tiempo.
El antisemitismo se ceba
en la ignorancia y en la cobardía. Se ampara en las frustraciones cotidianas de
muchas personas. Se guarece en la pasividad de los otros, a los que por
supuesto desprecia. Se declara inocente y exige justicia. De su boca salen
palabras de paz, pero su alma es una cloaca. Mira con ojos miopes pero sabe
dónde asestar cada golpe. Toca con manos suaves pero empuña el garrote con
presteza.
Por estos tiempos el
antisemitismo tiene buenas coartadas y mejor prensa. En los últimos años ha
sabido encontrar aliados impensables tanto en la derecha como en la izquierda.
Igual que ocurriera en otras épocas, una cierta aureola de respetabilidad
comienza a brillar a su alrededor, como si hubiera quienes la pulieran con
fervor. La cansada Europa vuelve a estar enferma de tristeza y eso lo favorece.
Hay multitudes humilladas por doquier y hay ovejas dóciles para un futuro
rebaño de bestias.
También en nuestra
América la sierpe crece rápido al calor de algunos discursos atolondrados y de
cálculos políticos infames. Es doloroso, pero hay que decirlo con todas las
letras: en no pocas ciudades latinoamericanas, otra vez, a los judíos se los
mira con desprecio y hasta se reclama públicamente por la vida cívica que
llevan. Se les cuestiona ese derecho, del mismo modo que se critica la riqueza
de algunos judíos, la pobreza de otros, la locuacidad de unos pocos y el
silencio tímido de muchos. Palos porque bogan, y porque no bogan palos. De
ellos se sospecha hasta el silencio, la locuacidad, la pobreza y la riqueza. Se
sospecha de los judíos como si fuera algo natural.
Enmascarado desde antiguo
en nacionalismos patrioteros, y ahora también en vaporosos internacionalismos
de ocasión, el odio a los judíos es un veneno que se esparce a gran velocidad,
contamina a las personas y extravía a las sociedades, las fragmenta y las
vuelve presa fácil de las tiranías. En condiciones adecuadas prende rápido. La
guerra de Israel contra Hamás parece ser una oportunidad de oro. La avalancha
de propaganda anti israelí, alentada por grandes corporaciones mediáticas con
gran capacidad de manipulación, es una señal inequívoca. En los hechos, el
supuesto “lobby judío” le ha dado paso con pasmosa celeridad al
“lobby antijudío”, el cual tiene fuerte presencia y capacidad de
maniobra en ámbitos políticos, académicos, artísticos y diplomáticos. De ello
doy fe.
Que todos lo sepan: este
antisemitismo es un paso más hacia el abismo. Es el prólogo de nuevas y
horrorosas guerras sin fronteras, en las que no habrá vencedores ni vencidos
porque no habrá sobrevivientes. Diabólico como es, el truco más brillante del
antisemitismo actual consiste en hacernos creer que no existe. Que es cosa del
pasado, apenas una trampa de la memoria. Pero vuelve y es real. Una amenaza en
toda la línea. Basta hojear los periódicos por estos días. Basta mirar la
televisión, leer los muros pintados en las calles de nuestras ciudades.
Pese a que ya pocos lo
hacen, no me parece inútil advertir una y otra vez a los desprevenidos del
mundo, a los ingenuos que se creen a salvo, a los tontos que ven la máscara sin
adivinar el rostro verdadero del antisemitismo. No será en vano lanzar gritos
de advertencia, aunque suenen desesperados. Los repetiré hasta perder la voz,
aunque sólo las piedras me escuchen. Aunque mis parientes me tomen por loco, mis
amigos me esquiven por piedad y mis enemigos se regocijen de mi desgracia, sin
entender que en realidad se trata de la desgracia de toda la humanidad.